Tradúceme:

miércoles, 27 de febrero de 2013

Capítulo X: Sólo sé que volví a sentirme una adolescente.

Ya eran las ocho y me estaba empezando a preparar. Algo sencillito: un pantalón vaquero, una camiseta, unos tacones y una blazer azul. Mientras me pintaba, el timbre sonó y fui corriendo a abrir. Borja había llegado, y yo ya estaba sudando.

- Uf… Estás preciosa.
- Vale. ¿Dónde vamos a ir? La verdad es que tengo prisa – respondí con desdén.
- Veo que sigues siendo igual de dura, me encanta. Vamos a ir a cenar a un sitio que me gusta bastante y después a dar un paseo para hablar tranquilos. ¿Te parece?
- Mejor solo cenamos.
- Lo que prefiera la señorita – dijo mientras me extendía el brazo para que me enganchara a él. Pero ya sabéis quién siguió hacia adelante y se metió en el coche sin ni siquiera rozarlo, ¿no?

Una vez dentro del coche puso música en la radio de su coche. Tenía un Alfa Romeo Brera de color gris, demasiado coche para un camarero de un chiringuito de playa…

- ¿De quién es el coche?
- De mi padre, ¿por qué?
- Ya decía yo que, siendo un camarero, no creo que te pudieras permitir muchos lujos.
- Buf… - bufó - ¿Cómo te va todo, Dafne? Hace años que no hablamos.
- Muy bien, la verdad.
- Ah… Me alegro. A mí también la verdad.
- Qué bien.
- Dafne, deja de hablarme así, por favor. Quiero pasar una noche magnífica y hablar contigo pero tu prepotencia está haciendo que me ponga de los nervios y si sigues así…
- ¿Si sigo así qué? – le interrumpí - ¿vas a pegarme?

Se hizo un silencio realmente incómodo y percibí que le afectó lo que le dije, aunque me daba igual. Él me hizo daño y lo que hizo fue imperdonable, o eso pensaba.
Al llegar al restaurante vi que era un bar-pizzería pero no uno cualquiera. Era el local dónde lo conocí, dónde me pidió el número hace tantos años y dónde íbamos a cenar todos los años por nuestro aniversario.

- ¿Por qué me has traído aquí? – pregunté con tono nervioso.
- Hoy es 22 de Junio, es tradición para los dos, ¿no? – sonrió para concluir la frase, cosa que me puso verdaderamente tensa.

La verdad es que era una enorme casualidad que nos encontráramos justo este día.

- ¿Quieres lo de siempre? ¿Una hamburguesa con doble de queso, sin cebolla y con salsa barbacoa?
- No. Hoy voy a cambiar de menú – no es que no me apeteciera, es que me molestó que todavía se acordara.
- No seas orgullosa. ¿Pepsi, no? Ahora vengo, voy a pedir. 

¿Por qué diría que sí? No sé cómo, pero tengo mariposas en el estómago, ¿significaría algo? Mis pensamientos fueron interrumpidos por un retortijón.

- No, son nauseas – dije en alto y hablando conmigo misma, esperando que nadie me hubiera escuchado.
- Bueno, ¿qué tal vas de amores, Dafne? Estás guapísima y no creo que estés soltera.
- Pues la verdad es que sí, estoy soltera, pero no he venido a hablar de esto. Dime lo que ibas a decirme y terminemos esta noche lo antes posible.
- Dafne, lo siento.
- Qué lindo eres. Un “lo siento” lo arregla todo, claro. No me acordaba de tu forma de hablar tan elocuente.
- Dafne, no seas así. Lo siento de verdad… Todo. No debí engañarte, eras… Eres perfecta. Guapa, simpática, lista y con un gran potencial. Tienes una fuerza de voluntad enorme y lo has demostrado viniendo hoy. Creí que nunca volvería a verte pero el destino te puso en mi camino, otra vez.
- Para el carro. El destino hizo que nos encontráramos, no que volviéramos a unir nuestros caminos. Ni vamos a unir nuestros caminos, ni vamos a unir nada.
- Lo siento por lo de aquel día… No tengo excusa, estaba muy nervioso y no entiendo cómo pude hacerte eso. No he sido capaz de estar con ninguna mujer después de ti. Sé que soy una bestia y que no merezco ni a un perro a cargo mío pero no podía vivir más con esto. Quería escuchar de tu boca que me habías perdonado.
- No lo escucharás, porque no lo he hecho. ¿Sabes? Yo tampoco he podido estar con nadie porque no logro ser fiel. Me da miedo el compromiso y por culpa de eso he perdido al hombre de mi vida. Supongo que he de darte las gracias.
- De verdad, Dafne. Han pasado muchos años ya de eso… Y necesito algo que me haga olvidarlo aunque no podré, pero aunque sea quiero sentirme mejor con mi pasado.
- Jódete, así de claro. Eres una bestia, una persona que no merece nada de nadie y nunca me mereciste.
- Dafne, ¿tú me has olvidado? 

Se me secó la boca y me costó tragar saliva.

- Obviamente.
- Yo no.
- No seas penoso – dije entre risas – sabes que nunca me quisiste.

En ese mismo momento, acercó su cara a la mía.

- Te lo prometo, Dafne. Eres y serás mi princesa.
- Ahora si has conseguido que tenga nauseas.
- No seas tonta… Y come, que queda un largo paseo – dijo mientras empezaba a comerse su hamburguesa.

Mientras comíamos, hubo un par de miradas de él hacia mí en plan de arrepentimiento y el resto del tiempo me miraba como un niño al firmamento esperando que pase una estrella fugaz. Como si fuera lo único que había allí. Yo me limité a quitarle la mirada.
Cuando comimos se levantó a pagar y yo salí del local. Me vinieron millones de recuerdos y cuando estaba despistada se acercó por detrás y me tapó los ojos con una venda.

- ¿Qué coño estás haciendo? – grité nerviosa.
- Relájate, princesa. Es una sorpresa.
- Como vuelvas a llamarme princesa te rompo la boca.
- Si es a mordiscos sí, fiera.

Intenté pegarle pero no lo encontraba a mi alrededor. Supongo que se apartaría para no recibir un golpe.
A los quince minutos se paró en seco y me paró a mí también tirándome del brazo.

- Aquí estamos – dijo quitándome la venda.
- No. Vámonos. YA.
- ¿Por qué? Antes te encantaba este sitio.
- Antes no me habías casi matado.
- Disfruta de nuestro sitio. Disfruta de mi compañía. Sé que aunque no lo digas, me echabas de menos.

Estábamos en la plazoleta dónde solíamos ir todas las tardes a besarnos y sacarnos fotos pero lo peor de todo es que tenía razón. Lo había echado de menos pero eso no significaba que lo necesitara en mi vida.

- Sí, en su momento sí. Ya no.
- Daf, eres preciosa – hablaba mientras me quitaba el pelo de la cara – seguro que cada día más. Perdóname – noté un cierto sonido procedente de su garganta y al mirarle a los ojos vi que estaba llorando – te quiero, Dafne. No he podido olvidarte porque eras la mujer de mi vida y no pretendo que vuelvas conmigo, sólo que me perdones.
- No llores. No me hagas esto. Me costó horrores olvidarte, ¿por qué quieres hacerme esto? No te hice nada, solo te quise y tú me hiciste daño – rompí a llorar yo también… y nos abrazamos.

No me acuerdo de los siguientes cinco o diez minutos, sólo sé que volví a sentirme una adolescente: haciéndolo con él en el coche del padre, como muchísimos años atrás. Lo único que cambiaba era el año y que anteriormente, era un Fiat Fiorino. Lo demás era totalmente igual: la pasión, los besos y el saber que no debería de estar allí.


domingo, 17 de febrero de 2013

Capítulo IX: Las cosas en mi pueblo se hacen así.

Al despertar a la mañana siguiente, los rayos de sol entraban por la ventana y me alumbraban el rostro mientras me invadía un calorcito que me indicaba que el tiempo estaba perfecto para un día de playa pero antes de ir a zambullirme en el mar, tenía que llamar a Daniel, a lo mejor le apetecía hacer algo. Cogí el teléfono y a ello fui.

- ¿Quién es? – respondió una voz femenina.
- Em… Hola. ¿Está Daniel?
- Sí, espera. 

¿Quién es ésta ahora y por qué coge el teléfono de mi futuro marido? 

- ¿Qué pasa, Daf? – contestó con una voz alegre.
- ¿Quién era esa? Si puede saberse, claro – intenté disimular los celos, pero no se me da nada bien.
- Nadie, una compañera de piso. ¿Qué ibas a decirme?
- ¿Te apetece hacer algo? Ir a la playa, salir a comer…
- La verdad es que sí, pero ya tengo planes. Lo siento, voy a salir con una amiga a comer.
- Ah… Vale. Pues nada, ya nos veremos.
- ¡Claro! Un beso, tonta. Te llamo a la noche si tengo un hueco y quedamos – inmediatamente colgó sin darme la oportunidad de responderle. Ya decía yo que el día no podía irme tan bien como parecía.

Me puse mi bikini, una camiseta de encaje rosa y unos pantalones cortos, cogí mi bolso de la playa con el protector, las gafas y la toalla, y me dispuse a ir hacia el coche para emprender mi día de playa. En esos momentos de soledad y con ganas de romper la rutina echaba de menos a mi amiga Katia la no-casada y sin obligaciones.
En tres horas llegué a Gandía. No es la mejor playa que hay en el mundo pero hacía un tiempo bastante bueno, aunque el agua debía estar helada. Después de aparcar me dirigí a la playa, extendí la toalla y me quité el pantalón. Hacía bastante sol pero el aire fresco contrarrestaba el calor que hacía. Me senté en la toalla y empecé a mirar a la gente que llegaba. Gente que viene y gente que va. Una chica con su novio besándose en el agua, un niño haciendo un castillo de arena y otro enterrando a su padre en ella, un chico sirviendo refrescos en el chiringuito que viene hacia aquí, espera… ¿Borja?

- Ey, ¿eres Dafne, no? ¿Me recuerdas?
- No, no soy Dafne. Me da que te has equivocado.
- Anda, no seas tonta, que te he conocido perfectamente. Sigues siendo tan guapa como antes.
- ¿Para qué te has acercado a mí? ¿No crees que eres un poco caradura al presentarte así como si nada y venir a saludarme?
- ¿Lo dices por lo de la última vez que nos vimos? Me gustaría hablar contigo, Daf. Los dos solos y si puede ser, cenando en un sitio bonito.
- ¿De verdad eres capaz de venir a decirme esto? Eres un gilipollas – dije mientras le daba la espalda dispuesta a irme pero me cogió del brazo con firmeza.
- Sólo quiero hablar, Dafne. Creo que me merezco darte una explicación.
- No.
- Por favor. Te aseguro que no he podido perdonármelo… Una sola cena y no volverás a saber nada de mí. Te lo prometo, Daf.
- No me llames Daf.
- Dafne, por favor – dijo con lágrimas en los ojos, inspirándome tanta pena como ternura, pero eso era malo, todavía era capaz de ablandarme.
- Vale. Ven a esta calle a las ocho y media. Pagas tú y antes de las once quiero estar en casa, no quiero perder el tiempo contigo – dije apuntándole mi dirección en el brazo con un boli que tenía en el bolsillo de la camiseta.

Inmediatamente, recogí mis cosas y me fui dejándolo atrás. Sentía que, mientras me iba, alguien me estaba mirando pero no me atreví a darme la vuelta para asegurarme. Hoy sí que necesitaba una terapia con Irina, pero desde que pasó hace unas semanas lo de Daniel, no he vuelto a ir a su consulta. Debería llamarla.

- ¿Sí?
- Irina, soy Dafne…
- ¡Hola, perdida! ¿Dónde has estado? Seguro que encontraste a algún chico y te has ido a una playa tropical sin mí – dijo riéndose a carcajadas, lo que hizo que yo empezara a reírme y me animara. Me hablaba como si me conociera de toda la vida y eso me resultaba cómodo.
- Casi casi. Me gustaría quedar para hablar.
- ¿Cómo paciente-psicóloga o charla de amigas?
- Lo que tú prefieras, si quieres en cuanto llegue a mi casa, me preparo y voy a tu casa, ¿vale?
- Perfecto, cielo, pero creo que debería avisarte, va a venir Daniel.
- ¿Cómo?
- Sí, que mi hermano va a venir a comer hoy a casa.
- Ah, vale, no pasa nada. Con tu hermano ya todo está arreglado.
- Ya, ya lo sé. Bueno, adiós, ¡hasta ahora! – después de esto colgó. ¿Qué significa ese “ya, ya lo sé”? ¿Qué sabe? Daniel me había dicho que tenía planes… ¿Por qué me mintió?

Llegué por fin a casa, me duché y me preparé. Salí hacia la casa de Irina sobre las doce del mediodía así que llegaría justo para poner la mesa. Al rato, llegué y pude advertir que el coche de Daniel estaba aparcado frente a la puerta del garaje y que estaban cerrando la puerta, por lo que supongo que acabaría de llegar. Bajé del coche y me dirigí a la puerta, toqué el timbre y me abrieron esos preciosos ojos que me tenían loca.

- ¿Qué haces aquí? – dijo en tono nervioso.
- Llamé a tu hermana porque necesitaba hablar y me invitó a comer.
- Ya veo. Mi hermana es muy oportuna siempre – decía mientras yo entraba a la casa. No me dio dos besos, ni siquiera me preguntó cómo estaba. Se dedicó a observar cómo iba vestida y a mirar hacia todos lados como si buscara ansioso algo en concreto.
- ¡¡Hola, cariño!! – me saludó Irina con enorme entusiasmo.
- Hola, Iri. ¿Te ayudo a poner la mesa?
- No, no. Hoy la ponen mi hermano y su novia. Vamos a hablar tú y yo.
- ¿Su novia? – miré hacia la cocina y efectivamente, ahí estaba Ana. La Barbie y el Ken habían vuelto.
- Sí, la conociste el otro día.
- Ah, sí, sí. Es que si me fue la cabeza – dije riéndome aunque se notaba que lo hacía falsamente.

Subimos la escalera que estaba delante de la puerta de la entrada y nos dirigimos al piso de arriba. Allí entramos a una habitación que bajo mi punto de vista tenía un estilo infantil pero coqueto. Me gustaba.

- ¿Es tu habitación? – pregunté.
- Oh, no. Esta habitación la decoramos yo y mi ex para la niña que esperábamos, pero nada salió como quisimos…
- ¿Qué pasó con la niña? Si puede saberse.
- Pues lo dejé con mi ex y discutiendo ese mismo día me empujó con la mala suerte de que estaba cerca de las escaleras. Perdí a la niña en el acto, pero sé que no lo hizo queriendo. Pero bueno, vinimos a hablar de ti, ¿no?
- Lo siento por ser tan metiche en todo… - dije realmente avergonzada por mi pregunta de antes.
- No pasa nada, cariño. A todos nos gusta conocer el pasado de otras personas sea bueno o malo. Ahora cuéntame qué te pasa.

Empecé a contarle que iba todo muy bien con Daniel, pero que me había mentido y ahora mismo prefería no hablar de eso. Después le conté la historia de la playa, mi reencuentro con Borja y esa lagrimilla que se me escapó en el coche al venir de Gandía. Después de hablar yo sola durante una hora, ella concluyó diciéndome:

- Dafne, ten cuidado. Es bueno que quieras enfrentarte a tu pasado pero hazlo con precaución. Ese chico te dejó huella por lo bueno y por lo malo. No hagas el tonto y evita las situaciones forzadas. Tú me entiendes y en cuanto al otro chico, mi consejo es que hables con él seriamente, puede estar intentando devolverte la moneda ya que tú lo engañaste.
- Puede ser… Gracias, Irina. No sé qué haría sin ti – después de esto, le di un abrazo y se escuchó un grito desde abajo:
- ¡¡¡A comer, chicas. Que se enfría la comida y Daniel está hambriento!!!

Bajamos las escaleras y nos sentamos en la mesa. Daniel no dejaba de mirarme y de sonreírme, mientras Irina nos miraba con cara pensativa y volvía a mirar hacia su plato. Una vez más, interrumpieron el silencio.

- Dafne, ¿y qué tal? Veo que te gustó la cena del otro día. Quisiste repetir y todo – la Barbie habló en tono irónico y con un cierto punto sarcástico.
- Pues sí – dije entre risas – La verdad es que me lo pasé muy bien. La noche salió perfecta o eso creía.
- ¿Creías? – preguntó Daniel, lo que hizo que su hermana y su supuesta novia clavaran la mirada en él.
- Sí, creía. Es lo que pasa cuando te gusta un chico que tiene novia, suelen pasar cosas que no deberían de pasar. Pero da igual, creo que será difícil de entender para vosotros, se nota que estáis muy unidos.

Irina se levantó de la mesa intentando que nadie se diera cuenta de que se estaba riendo y Ana la miró con cara de enfadada. Acto seguido, Daniel cogió su plato y se fue. Ana y yo nos quedamos solas y otra vez, habló ella.

- Ahora que estamos solas, sé lo que intentas. Daniel es mío, ¿entiendes?
- ¿Cómo? – dije intentando aparentar incredulidad.
- No seas zorra. Sé que lo besaste y que por eso me pidió un tiempo, pero monada, ya hemos vuelto. Aparta tu culo de mi relación y vete a zorrearle a otro, ¿quieres?

Me levanté de la mesa, la cogí del brazo y la llevé a la cocina. Allí estaban Irina y Daniel hablando y riéndose. La coloqué calmadamente en la entrada de la puerta y dije:

- Mira, monada. Así hacemos las cosas en mi pueblo – como con un impulso me lancé a los brazos de Daniel y lo besé. Durante unos segundos no me apartó pero después en un intento de disimular lo hizo.
- ¿Pero qué haces?
- No te hagas el tonto, Daniel – dije con voz seca – y ahora, vete a mentirle a otra. Por cierto, esta noche tengo plan, no me llames si necesitas cumplir uno de tus deseos – me di la vuelta y salí por la puerta de atrás pero ésta vez orgullosa de mí misma.
Orgullosa pero a la vez me sentía mal, ¿habría roto una pareja de verdad?

miércoles, 16 de enero de 2013

Capítulo VIII: Las lágrimas pueden con el rímel permanente, está demostrado.

- Me acabo de duchar y ya estoy sudando, esto no es normal. Me he cambiado tres veces de ropa y he roto un vestido intentando ponérmelo. Joder, ¡qué nervios! Daniel seguro que irá guapísimo… Aunque él está guapo siempre, sobre todo acabado de despertar, despeinado y en calzoncillos. Dios, si es que no sé qué pensaba cuando dejé que se fuera. Bueno, da igual - hablaba sola como si estuviera loca mientras me pintaba frente al espejo.

Me puse unos pantalones ceñidos negros, un suéter beige y unos tacones beige y negros. Sí, así iba vestida en la primera cita que tuve con él, aunque probablemente no se dé ni cuenta.
Salí de mi casa y pillé un taxi hacia la calle que había apuntado Irina en el papel y cuando llegué me quedé asombrada. La casa era enorme, estaba pintada de blanco y las ventanas eran azules, tenía una piscina en la parte delantera y estaba rodeada por una valla blanca. El buzón era como los de las películas americanas y era de color azul también. Realmente, la casa era preciosa… y cara. Llegué al porche y toqué el timbre. ¿A que no sabéis quién me abrió?

- Hola, tú debes de ser Dafne, la amiga de Iri, ¿no? Encantada, soy Ana.
- Hola. Sí, soy Dafne. Tú eres su cuñada, ¿no? Veo que eres tan guapa como ella dice, eh - dije en tono irónico.
- ¡Cómo es esta Irina! Anda, pasa, preciosa - dijo sin pillar mi ironía.

Era simpática, eso sí que no podía negarlo pero me da igual, dentro de poco se le borraría esa sonrisa de Barbie que tenía.
Entré en el salón y vi que Irina y su hermano estaba riéndose viendo unas fotos.


- ¡Hello, Irina! - saludé eufóricamente.
- ¡Qué bien que hayas llegado ya! Mira, este es mi hermano Daniel. Daniel, esta es la chica de la que te he hablado.
- ¿Dafne? - dijo asombrado.
- Sí, Dafne. Encantada, Daniel.
- Em… Encantado - dijo mientras salía del salón con cara de pocos amigos.
- Creo que no le he caído bien a tu hermano - le dije a Irina para disimular un poco.
- Déjalo, a veces es un poco antipático pero es buen chico. Seguro que a lo largo de la noche le caerás bien.
- Eso espero.

Mientras cenábamos había un silencio un tanto incómodo, hasta que lo interrumpieron.

- Bueno, Dafne, cuéntanos, ¿trabajas o estudias? - preguntó Ana mostrando verdadero interés sobre mi vida.
- Pues trabajaba en una agencia para modelos, diseñaba su ropa y se la mostraba a mi jefe. Tres años después me echaron y ahora he montado una tienda de ropa debajo de mi casa, y la verdad es que me va bastante bien. No tengo a nadie que me diga lo que hacer, ni cómo hacerlo y a las chicas jóvenes les gusta mi ropa. Voy poco a poco cumpliendo mis metas.
- Pues me alegro. Y de amores, ¿qué tal? ¿Tienes novio? - preguntó nuevamente.
- No… Estuve hace poco con un chico pero no funcionó.
- ¿Y eso? Si puede saberse.
- Le hice daño y lo perdí. Hoy día me arrepiento muchísimo pero bueno, la vida es así. Hay que seguir adelante.

Daniel se levantó de la mesa sin decir nada y se dirigió a la cocina.

- Creo debería hablar con él. No sé por qué pero creo que cada vez que hablo, le irrito. ¿Os importa? Me gustaría saber si tiene algún problema conmigo o algo - pregunté inocentemente.
- No pasa nada, ve. Creo que a Daniel le gustará hablar contigo - dijo Ana con un tono que no me gustó nada. Creo que sabe exactamente porqué estoy allí y mi historia con Daniel.
- Gracias, no tardaré nada. Mientras tanto criticadme o algo - dije riéndome.
- Anda, no seas tonta. Vete y habla con él. Está irritable hoy - me incitó Irina. Creo que ella también lo sabe todo. No se la he pegado a nadie, soy mala disimulando, está demostrado.
Cuando entré a la cocina pude ver que Daniel estaba apoyado en la repisa de la cocina con la cabeza entre las manos y susurraba por lo bajo algo que no podía entender.
- Daniel, ¿te pasa algo?
- ¿Qué haces aquí? ¿Por qué me haces esto? ¿No crees que me hiciste bastante daño en su momento como para perseguirme ahora?
- No he venido a hacerte daño. Sólo quería…
- Me da igual, Dafne - me interrumpió. - Ana sabe todo lo que pasó entre nosotros y no le ha hecho ninguna gracia que vinieras. Sabía que me ibas a dar problemas tarde o temprano y míralo, no me equivocaba. ¿Qué quieres de mí? Dime.
- El problema es que te quiero a ti. ¿Sabes? Te echo de menos, te he echado muchísimo de menos y tenía muchísimas ganas de verte. Daniel, el día que te vi en el gimnasio, se me partió el alma. Te necesito en mi vida y voy a luchar por ti.
- ¿En serio? ¿Me necesitas? ¿Por eso te acostabas con otros? ¿Por eso me evitabas delante de la gente y me tratabas mal? Sólo querías sexo, ¿no? “No te enamores, no quiero hacerte daño”, ¿lo recuerdas?
- Lo recuerdo y me arrepiento de haberlo dicho. No sabía que estaba delante de la persona que me iba a hacer feliz y de la única persona por la que daría todo por recuperarla.
- Sí, lo que tú digas.
- Daniel, mírame a los ojos y dime que ya no me quieres - dije acercándome a él con una mirada realmente sensual.
- No lo sé - dijo mientras me apartaba de él cogiéndome por los hombros.
- ¿Ves? Todavía no me has olvidado. ¿Por qué te empeñas en seguir con ella? Yo te quiero y he cambiado. Llevo meses sin acostarme con nadie y eso que he conocido a un montón de chicos en este tiempo, pero no he podido dejar de pensar en ti.
- Por favor, vete - me pidió casi llorando.
- No te pongas así, he venido a recuperar algo que era mío y que por tonta perdí.
- Dafne, esto no es una película… Aquí no se arregla nada pidiendo perdón, ni con un beso y una caja de bombones, ¿no lo entiendes? Esto es la vida real y en esta vida, tienes que acarrear tus consecuencias.

Instintivamente me abalancé sobre él y le besé. Hace un tiempo arreglábamos las discusiones así, a lo mejor funcionaba… y así fue. Nos dimos el beso más cálido y romántico que había experimentado en mi vida. Al principio puso resistencia, pero después, el amor fluyó y entonces…

- Dafne, lárgate. No quiero volver a verte en mi vida.
- ¿¡Qué!? - dije sin enterarme de nada.
- Te he dicho que te vayas.
- Pero… Nos hemos besado, yo te quiero y tú a mí, ¿qué problema hay?
- Que siempre consigues lo que quieres, ahora me quieres a mí y me tienes, mañana quieres un polvo pasajero y seguramente lo tendrás. Para ti no soy el motivo de tu sonrisa, soy una opción para sonreír y yo valgo más que eso.
- Daniel, te quiero de verdad. Perdóname - dije llorando.
- Perdonada estás pero ya no te miro con esos ojos enamorados de antes. Te quiero, sí, pero ahí fuera hay alguien que no se merece esto. Al igual que yo no me merecía lo que me hiciste. Esta vez no te saldrás con la tuya, lo siento.
- Daniel, yo… Nada. Lo siento.

Salí por la puerta trasera y empecé a caminar hacia mi casa con los tacones en la mano. Me he dado cuenta de una cosa y es que las lágrimas pueden con el rímel permanente, está totalmente demostrado. Al poco rato de salir de aquel infierno, empezó a llover. Daniel ya no está enamorado de mí, ¿cómo puede haberme olvidado? En realidad me lo merezco, le hice daño y ahora lo estoy pagando… Después de una hora caminando, los faros de un coche me deslumbraron, paró a mi lado y al mirar hacia dentro alguien me habló.

- Entra, no me hagas bajar a abrirte la puerta que no estamos para romanticismos.
Entré al coche y lo vi allí… Me extendió la mano, me dio un abrigo y puso la calefacción del coche. Hasta en esos momentos seguía preocupándose por mí. No me creo que sea tan perfecto.
- ¿Por qué volviste a por mí, Daniel? Dijiste que no querías verme más.
- Está lloviendo y tu casa está bastante lejos. No creo que quieras enfermar.
- Ah… Pensé que… Bueno, da igual.

Entonces empezó a reírse y comenzó a hablarme en un tono más animado y tranquilizante.

- Son bromas. Creo que fui un poco gilipollas antes… Debo de entenderte en realidad, lo has pasado mal y ahora te arrepientes. No lo has hecho de la mejor forma ya que el beso sobró, pero bueno. Yo también he pasado por ahí y no quiero que sufras más, creo que tienes bastante.
- Em… Gracias. Daniel, yo solo fui a la cena por ti, para verte, para escucharte hablar y no sé, sentir que todavía soy parte de tu vida pero cada vez que la besabas, sentía que yo sobraba más y más, y a cada mirada furtiva que me lanzabas, más sentía que todo se había acabado. Lo siento.
- No pasa nada. Dafne, no te he olvidado y eres alguien impresionante pero yo no puedo dejarlo todo por ti. Entiende que tú nunca dejaste nada por mí y eso siempre me va a quedar dentro. Además, quiero a Ana, es una chica que además de atractivo, tiene todo lo que quiero en una relación.
- Yo también lo tenía…
- Dafne, le he pedido a Ana un tiempo. Le he dicho que estoy muy agobiado, están a punto de despedirme del trabajo porque hace meses que no me contratan para nada y encima apareces tú con esa ropa… Que sí me he dado cuenta, tonta. Nuestra primera cita.
- Qué detallista eres, en serio. Pero no quiero tener nada que ver en tu relación, vuelve con ella.
- Realmente no es por ti, estoy muy agobiado y ahora que vivimos juntos, estoy muy estresado. Es perfecta pero necesito un par de días para mí para centrarme en mí y mis deseos.
- ¿Deseos?
- Sí. Ya hemos llegado a tu casa, más bien, desde hace diez minutos. ¿Te bajas o te abro la puerta? - dijo mientras se reía.
- Ah... Eh, no no. Ya me bajo. Gracias, Dani.
- De nada, Daf - dijo mientras me daba un beso en la mejilla.

Cuando se hizo hacia atrás, se quedó muy cerquita de mi cara, mirándome a los ojos y se mordió el labio inferior. Quise besarle pero no lo creí ético. ¡A buenas horas empiezo a ser una chica decente! Me bajé del coche y caminé hacia la puerta de mi casa. Estoy horrible pero al fin y al cabo no ha salido del todo mal la noche. Daniel no tiene novia, yo tengo posibilidades con él y tengo muchísima esperanza en esto. Puede que me suerte esté cambiando por fin.
Lo que no sabía es que mi vida iba a cambiar para siempre y de forma drástica…

lunes, 17 de diciembre de 2012

Capítulo VII: Tengo una segunda oportunidad y no voy a desperdiciarla.

Me he vuelto a aficionar al rap, hacía años que no me ponía a escuchar ese tipo de música y todo empezó ayer cuando encontré una caja en el trastero dónde guardé todos los recuerdos de mi adolescencia cuando me fui de casa, ¡qué recuerdos!

Dentro de la caja había una sudadera que me regaló Katia cuando nos conocimos, un millón de fotos de mis amigos y de mí con unas pintas que no me las termino de creer y estaba mi iPod, mi querido iPod por el que estuve trabajando meses para poder comprármelo e indagando en él, pude ver que mi época rapera realmente no había desaparecido. Seguía siendo la misma chica que vestía con gorras al revés, sudaderas y pantalones vaqueros anchos. Un millón de recuerdos vinieron a mi mente y empecé a llorar, no sé por qué. Los recuerdos afloraron en mí como si de un tatuaje se tratara, entonces me di cuenta de que no podía escapar de mi pasado. Nunca fui una chica rica, ni guapa, ni siquiera sé si llegué a ser alguien o si lo soy.

El timbre de mi móvil interrumpió mis pensamientos y vi que Irina me estaba llamando, hoy hace dos meses que empecé la terapia y hoy hemos quedado para visitar el barrio donde viví cuando era pequeña y, como de costumbre, llegaba media hora tarde.

- Lo siento, Iri. Hoy tuve que cerrar la tienda más tarde y no he podido salir antes.
- No pasa nada, tonta, te llamo porque pensé que te habías echado atrás.
- No, tranqui, llego en diez minutos.
- Perfecto, hasta ahora.

Cogí una de mis antiguas sudaderas y los primeros pantalones que pillé y salí corriendo. Me percaté que esa vieja sudadera todavía olía a aquel perfume que me gustaba tanto, aunque ahora mismo no me hace mucha gracia ese olor.

Llegué a la puerta de la consulta y me monté en el coche de Irina. Arrancó y me sumí en mis pensamientos, casi no hablamos porque no sabía qué decirle. Cuando estoy con ella no dejo de pensar en Daniel, en cómo hacer para que ella me acerque a él.

- Bueno, Irina. Cuéntame algo de ti, tú conoces todo de mí y yo de ti nada.
- Pues… No sé. Realmente, no sé qué contarte. No hay nada que contar sobre mi vida.
- Katia me dijo que tuviste una infancia difícil.
- Pues sí…
- ¿Se puede saber por qué?
- Pues… Mi padre nos abandonó cuando tan sólo tenía cinco años y mi madre cayó en una depresión dos años más tarde. Mi hermano fue quién se hizo cargo de mí y quién trabajó para pagarme la carrera. Cuando tenía siete años, mi madre ya se estaba recuperando de la depresión y entonces asesinaron a mi abuelo y a mi abuela, entraron a robar a su casa y cuando mi abuelo se despertó porque escuchó ruido, en un intento de llamar a la policía, el ladrón usó su arma y bueno…
- Puf… Lo siento, no debería de haberte preguntado.
- No pasa nada, lo tengo superado. A quién más le costó fue a mi hermano y sobre todo a mi madre. Ella nunca levantó cabeza y hoy día, está en el psiquiátrico. Mi hermano y yo vamos todos los fines de semana a verla.
- Que mal… ¿Y tú hermano cómo lo superó?
- Pues… Con coraje. Estuvo yendo a varios psicólogos hasta hace seis años. Se enamoró de su psicóloga y eso hizo que se terminara de recuperar, lo ayudó muchísimo pero no cuajó la relación y hace unos años estuvo con una chica que nunca quiso presentarme pero creo que ella le hizo daño.
- ¿Qué te hace pensar eso? - dije bastante nerviosa.
- Pues porque no dormía, casi no comía y empezó a ir otra vez al psicólogo, o sea, empezó una nueva terapia con la chica ésta que te dije. Ahora mismo vuelven a estar juntos pero creo que no durarán… Aunque lo veo feliz y si es así, pues me alegro por los dos.
- Ah… Bueno, pues me alegro por él - quise dejar de hablar de ese tema y preferí concluir así.

Pude percatarme de que ya estábamos en Villaverde Bajo, un barrio de Madrid. Pasamos por delante de mi antigua casa y pude fijarme que estaba tal y cómo la dejé aunque ligeramente descuidada. Estaba el buzón rosa dónde mi hermano y yo dejamos nuestras manos pintadas y en la verja que rodeaba la casa todavía estaba el cartel de “Cuidado, pequeños tratos sueltos. Altamente peligrosos.” que había hecho mi madre en la época en que todos éramos felices. Qué recuerdos…

- ¿Qué tal lo llevas? - preguntó Irina.
- Bien… Me siento rara. Hacía años que no pasaba por aquí y estoy como desubicada.
- Normal.
- ¿Qué tal si nos vamos ya? Me estoy empezando a poner enferma - dije mientras miraba por la ventana y observaba fijamente hacia un chico de unos treinta y cinco años.
- ¿Quién es ese chico al que estás mirando?
- ¿Ese? Es Borja. Te he dicho que nos vayamos ya, no quiero seguir aquí.
- Vale, vale. Ya doy la vuelta.

Pasó casi una hora en silencio hasta que llegamos a la calle donde vivo. Cuando fui a bajarme del coche Irina lo impidió.

- ¿Te gustaría venir a cenar a mi casa esta noche?
- No lo sé - respondí cortante.
- Voy a cenar con mi hermano y mi… bueno, un amigo.
- Em, ¿qué? sí, sí, iré - balbuceé.
- Vale, pues a las ocho vente, te apunto la calle - dijo apuntándome la dirección en una papelito mientras se reía tontamente, cosa que me puso de mal humor. No sé por qué.
- Vale, pues hasta la noche, cariño.

Voy a cenar con Daniel, no me lo creo. Y… Con su novia. Seguro que vendrá. Pero da igual, quiero verlo sonreír, quiero sentarme en la misma mesa que él y mirarlo con ojitos, quiero que se sienta intimidado de tanto mirarlo. Por fin, Irina me ha abierto las puertas a él. Cogí el móvil y le escribí un sms a Katia: “Gracias, amiga. TE QUIERO” y seguidamente lo envié. Gracias a esta tontería del psicólogo tengo una segunda oportunidad y no voy a desperdiciarla.

Inmediatamente fui a ducharme, eran las seis de la tarde y tenía que estar perfecta, la novia de Daniel no iba a ser nadie a mi lado.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Capítulo VI: Siempre quise ser psicóloga, pero nunca pensé que iría a uno.



Hoy he hablado con Katia y me ha aconsejado que fuera a una psicóloga, yo la tomé en broma, pero no, era en serio. Adivinad quién está en el coche de Katia con las muñecas amarradas con una soga, yendo al centro de Madrid en contra de su voluntad.
-       ¿Sabes Katia? De pequeña quería ser psicóloga pero cuando me fui de casa dejé los estudios y me dediqué a hacer otras cosas. Siempre había querido ser psicóloga.
-     Sí? Pues no lo sabía.
-         Ya. Siempre quise serlo, pero nunca pensé que iba a estar en la consulta de uno. ¡¡No estoy loca!!
-         Yo creo que sí, pero no te traigo aquí por eso. Es una compañera de la facultad, una de las mejores psicólogas que conozco. Ha tenido una vida… Complicada, como la tuya. Creo que ella podrá entenderte muy bien y ojalá consiga encarrilarte, desde que Daniel se marchó, no haces otra cosa que beber como una cosaca e intentar aparentar que tienes dieciocho años. Y ya tienes casi treinta. No tienes edad para tonterías.
-         Vale, madre -. Ahí concluyó la conversación. Entiendo que quiera ayudarme, es mi mejor amiga pero creo que es mi vida y con ella puedo hacer lo que me de la gana. Si quiero comportarme como una niñata, lo hago y punto.
Mis pensamientos fueron interrumpidos cuando me fijé que estábamos delante de la consulta. Nos esperaba en la puerta una chica de melena rubia y ojos grises. Era mona, la verdad, y su cara me sonaba muchísimo. Seguro que la he visto en alguna discoteca o algo… no lo sé.
-         Hola, soy Dafne - dije a regañadientes cuando me bajé del coche.
-         Hola, Dafne. Me llamo Irina, veo que al final consiguió engañarte - dijo con tono simpático.
-         Sí, al final conseguí que viniera. Ojalá no salga corriendo en cuanto te des la vuelta - dijo Katia para terminar de rematar la broma.
-         Yo no sé de qué os reis - no sé dónde le ven la gracia a obligarme a venir a este sitio a contarle mis traumas a una loquera.
Cuando entramos al despacho pude ver que estaba muy bien decorado, muebles en tonos oscuros aparentemente caros y cuadros de arte moderno que para mi gusto, no son más que garabatos sobre un lienzo pero bueno, para gusto se hicieron los colores.
-         Bueno Dafne, siéntate en el sillón o acuéstate, como prefieras, y no sé, empieza a contarme algo sobre tu infancia.
-         No hay mucho que contar. Mis padres pasaban de mí, mi hermano era mejor que yo en todo, mi único apoyo moral eran mis abuelos hasta que murieron cuando cumplí los doce años. A los dieciséis años me escapé de mi casa con mi novio y cuando lo dejamos dormí un par de días en la calle. Encontré trabajo, alquilé un piso de estudiante aunque no estudiaba. Tuve un pequeño lío con un ecuatoriano de ese piso, me puso los cuernos con otra chica del piso por lo que me fui a vivir a otro sitio. Me echaron del trabajo y estuve viviendo a costa del dinero que le quitaba a mi padre de su cuenta durante tres meses porque no sé cómo, tenía su número de cuenta apuntado en una libreta del instituto, en fin… Estudié dibujo técnico y empecé a trabajar en una empresa como diseñadora de ropa. Conocí a Daniel, le hice daño, me echaron del trabajo, mi vida se hundió y ahora estoy aquí, contándole mi vida a una completa extraña que va a sentir pena de mi desgraciada vida y me va a mandar antidepresivos para que no me suicide y así no perder a una loca más.
-         Em… ¿No había nada que contar no? - dijo en tono sarcástico. - Bueno, en principio, creo que tienes muchos traumas infantiles. Te falta afecto familiar… ¿Has vuelto a hablar con tus padres?
-         ¿Estás loca? Ni siquiera pegaron carteles de desaparecida cuando me fui de mi casa. Seguro que ni se enteraron de que me había ido.
-         ¿Eres difícil, eh?
-         ¿Yo? Puede.
-         Háblame de Daniel. ¿Quién es ese chico al que le hiciste daño?
-         No quiero hablar de él.
-         Te traje aquí para que hablaras, así que habla. No te voy a pagar una sesión de ochenta euros para que cierres esa boca de arpía que tienes - dijo Katia haciéndome entender sutilmente que si no hablaba me mataría.
-         Vale. Daniel es un chico que conocí en una discoteca. Yo antes de conocerlo era una chica muy liberal, me acostaba con tíos y al día siguiente me iba de su casa y no volvían a saber nada de mí. Me daba miedo el amor porque un día me enamoré y me hicieron mucho daño.
-         ¿Qué fue lo que te hicieron para que tuvieras tanto miedo? Si puede saberse claro - escarbó en la herida mi querida psicóloga.
-         Puf… Me enamoré de un chico cuando tenía veinte años. Borja… Aún me acuerdo de el olor de su perfume y la forma en la que me dejó diciéndome: “Estás muy buena, nena, pero no eres tú, soy yo, creo que merezco algo mejor”. Era el típico malote de las películas. Piel oscura, ojos marrones pero inquietantes, cuerpo de modelo, labios carnosos y hablaba como un macarrilla de suburbio, pero aun así, yo lo amaba. Me enamoró haciéndome creer que era perfecto pero no era más que un cerdo.
-         ¿Te dejó y por eso tienes miedo del amor? - siguió escarbando.
-         No. Él era un chico que acababa de salir de la cárcel por no sé qué de un robo en un supermercado o eso me dijo a mí. Dos días después de conocerlo, ya vivíamos juntos. Hacíamos el amor cuando nos despertábamos,  a la hora de comer, a la hora de la siesta, por la noche; a todas horas. Aunque también íbamos al cine, a cenar, íbamos al parque a echarle de comer a las palomas y solía leerme poesías qué él mismo escribía. Era todo perfecto. Nunca discutíamos y cuando lo hacíamos, todo se arreglaba con un par de besos. Era lo que yo llamaba “mi príncipe azul”.
-         ¿Entonces, por qué te dejó? No entiendo nada. Todo era supuestamente perfecto. No sé si pedirte su número para mi - bromeó.
-         Ojalá hubiera sido todo tan perfecto. Perdí dos años y medio de mi vida. En ese tiempo, él vivía del dinero que ingresaba yo porque yo pagaba la casa, la comida y todo lo que hubiera que pagar para poder vivir. Él también trabajaba pero la diferencia a mi trabajo es que él nunca tuvo días libres, ni vacaciones. Realmente, no trabajaba como puedes imaginarte. Salía de casa con la excusa de que iba a trabajar e iba a ver a la otra, con la que probablemente hacía lo mismo que conmigo. Otra relación perfecta con sexo salvaje y romance por todos lados, hasta que se descubrió todo.
-         ¿Y por qué no lo dejaste tú entonces?
-         No quería perderlo. Me enteré de que me estaba engañando un día en que le llegó al móvil un mensaje que decía: “Te espero caliente en la cama. Cuando llegues de trabajar ven a la habitación. Feliz aniversario, cariño”. No le dije nada en el momento y ni siquiera le seguí. Le esperé en casa, llorando como loca y sin saber qué hacer. Cuando llegó me preguntó que qué me pasaba y le conté que le había mirado el móvil y que no sabía qué hacer.
-         ¿Y él qué te dijo?
-         Se enfadó porque le había cogido el móvil, tiró el móvil al suelo y me dijo la frase que te dije antes. Cuando se fue a ir le dije que no se fuera y me besó. Volví a caer. Lo hicimos salvajemente y cuando terminamos, fui a preparar la cena. Él vino por detrás y me besó y le dije que me sentía mal porque me había hecho daño, que era un cabrón y no se merecía nada de lo que había hecho por él.
-         ¿Y entonces…?
-         Se enfadó, me insultó y me golpeó hasta dejarme inconsciente. Sólo sé que al día siguiente me desperté en urgencias y sólo vi a Katia a mi lado. Desde entonces no he vuelto a confiar en un hombre.
-         Normal, cariño, pero de todo se sale. No todos los chicos son iguales y tienes que abrirte al amor.
-         ¿Amor? ¿Qué es eso? Tuve algo parecido con Daniel y le puse los cuernos. La cagué y me siento una gilipollas, lo vi el otro día y ya tenía una nueva novia y me merezco que me olvidara. Pero… No sé qué hago contándote todo esto. Ni a ti ni a nadie le interesa mi vida. Lo siento, pero me voy, me incomoda todo este tema y no creo que tenga ya arreglo nada de lo que he hecho - me levanté del sillón y me fui, con los ojos llenos de lágrimas y el corazón a mil por hora.
-         Perdónala, es muy cerrada y le cuesta mucho recordar todo lo que le pasó - Katia se disculpó con la chica.

Capítulo V: Así aprendí a valorar lo que tuve.


Otra vez vuelve a sonar el despertador, mira hacia el lado y veo que no hay nadie. Otra vez. Tenía la esperanza de que hoy hubiera alguien interesante a mi lado, y sobre todo esperaba acordarme de qué hice anoche, pero veo que hoy tampoco tengo suerte. Debería de plantearme dejar de beber tanto, ya casi me he acostumbrado a tener resaca y no distingo cuando estoy resacada y cuando no. Ya tengo una edad, ¿no? Una edad para sentar la cabeza y para dejar de comportarme como una adolescente... Bah, ¿pero qué estoy diciendo? El tequila de anoche me sentó muy mal... Aunque pensándolo bien... Bueno, no". Me desperecé sentada en el borde de la cama y me levanté, me puse un abrigo y fui a preparar el desayuno. Hoy tengo ganas de tostadas con mermelada y una taza de chocolate caliente, total, después lo quemaré en spinning. Eso me recuerda que tengo que llamar a Katia para ver si va a venir conmigo o se  tiene que quedar con los niños... Niños, ya tiene una hija y un hijo... ¡Cómo pasa el tiempo, y cómo cuajó esa historia que un día empezó en la discoteca!
Qué envidia le tengo... Ella ahora mismo no tiene que volverse loca para buscar novio y tiene la vida solucionada: tiene un marido que la adora, dos hijos que la quieren con locura, un trabajo fijo con un sueldo envidiable. Joder, ¡qué suerte tienen algunas!
Aunque pensándolo bien, yo podría haber estado igual si no hubiera sido tan gilipollas. Daniel era perfecto... Detallista, romántico, simpático, gracioso, fiel, sincero... Y lo mejor de todo, me quería aunque yo le fuera infiel, me entendía y era comprensivo conmigo. Hasta que se cansó... Se fue un día a trabajar y nunca más volvió. Me lo advirtió, me advirtió que un día se cansaría de no verme a su lado al despertar y se fue, como me dijo en su momento. Fui tonta, muy tonta. Lo amaba, tanto que me dolía pero no me di cuenta. No sé cómo pude estar tan ciega... Ojalá pudiera volver atrás y hacer que todo fuera diferente, ahora mismo estaría felizmente casada o por lo menos, estaría viviendo con él. Quién sabe si habríamos tenido hijos... Me gustaría haber tenido la parejita, el niño se llamaría como el padre, Daniel, y la chica Keyla...
¿¡Pero qué hago pensando en esto!? Dios, estoy desvariando, anoche seguro que bebí garrafón, será mejor que llama a Katia y me largue ya a spinning, voy a llegar tarde y a mi querido entrenar no creo que le haga gracia que llegue tarde, ¡lo tengo loquito, jajaja!
- Katia, ¿te vienes a mover estos culitos? - dije cuando me contestó al telefóno.
+ Buf, no puedo, Daf. Tengo que quedarme con los niños, hoy Kevin trabaja hasta la noche y no puedo dejarlos solos.
- Joder, tía, eres una aguafiestas. Anoche te fuiste a las diez y media, estás perdiendo facultades, ¿eh?
+ Eso es lo que deberías hacer tú, que te vas a quedar tonta de tanto tequila, jaja. Anda, suda el doble por mí, que yo tengo suficiente lío con estos trastos.
- Vale, mamá. Después te llamo ¡¡y te cuento si me tiré al profe!!
+ No cambias, ¿eh? jajaja llámame, putona.
Ahí se acabó la conversación. "Putona", qué bonito apodo para que te llame tu mejor amiga. Cómo la quiero y la odio al momento, aunque no sería nada sin ella.
Cogí el coche y llegué al gimnasio. Nada más llegar pude divisar de lejos a Mario, mi profesor, y estaba hablando con un chico moreno, de piel canela, con los ojos claros... Espera. Ese es... ¡DANIEL!
Corrí desesperada para poder hablar con él y con las prisas tropecé en el bordillo de la acera de la entrada del gimnasio, en tres segundos perdí toda la poco dignidad que me quedaba ante Daniel, ya que se dio cuenta de mi pequeño percance. Vino hacia mí, me dio la mano y me ayudó a levantar.
+ Hola, Daf. Veo que no has cambiado, ¿eh?
- Eh... Ho... Hola, Daniel. Veo que tú tampoco, sigues igual de...
+ ¿Igual de guapo? No empieces ya...
- Vale. ¿Qué tal todo?
+ Bien, la verdad que bastante bien. Me han ascendido en el trabajo, soy jefe de mi sección; y estoy viviendo con una amiga cerca de aquí, del centro.
- Ah... Vale. Me alegro -. Dije mientras intenté que no se me notara la cara de celosa empedernida.
+ ¿Y tú qué tal?
- Bien. Me han echado del trabajo, pero tengo una tienda propia. Hago la ropa y la doy a vender, la verdad es que estoy vendiendo bastante ropa.
+ ¿Y no estás con nadie?
- No. Sabes que conmigo no va eso, jaja.
+ Ya. Ya lo sé.
Se formó un silencio incómodo y cuando por fin, se decidió hablar fue para decirme:
+ Pues nada, me voy que Ana me está esperando en el coche. Espero que todo te vaya muy bien. A ver si nos vemos un día para tomar algo.
- A... Adiós... - dije mientras se alejaba corriendo. Había empezado a llover. Se metió dentro del coche y se puso el cinturón. El coche arrancó y se alejó por la carretera. En ese coche se había marchado la única forma de que yo volviera a ser feliz, la única razón por la que seguía saliendo todos los fines de semana a la misma discoteca... Es él esa razón. Daniel, mi ex-novio. El amor de mi vida, ese que dejé escapar... por gilipollas.

Capítulo IV: Idiota y más que idiota.


De repente abrí los ojos y pude apreciar que no estaba en mi cuarto, con miedo me giré hacia el otro lado de la cama para ver quién estaba a mi lado...
- ¡JODER! Otra vez no, no no no no no no no. Me voy.
Inmediatamente me levanté, cogí un papelito amarillo y escribí en él: "Buenos días, espero que te lo pasaras bien anoche. Te llamo otro día. Encantada."
No lo llamaré nunca. ¿Cómo es posible que pasara otra vez? Dije que no volvería a hacerlo... Es tan difícil serle fiel a alguien cuando no tienes una relación con él y cuando hay tantos tíos buenos por el mundo y tanto vodka esperándote en la barra de una discoteca.


**Media hora después**

+ ¿Dónde estuviste anoche, Dafne?
- Bueno, yo... Salí.
+ ¿Otra vez?
- No... Bueno, sí. Lo siento, sé que te dije que el finde pasado era el último, pero no pude resistirme, bebí más de la cuenta.
+ ¿No te cansas de noches de pasión y locura? ¿De no sentar nunca la cabeza? No te entiendo de verdad.
- No, la verdad es que no me canso, pero no me canso porque ni siquiera sé lo que somos. Si no te quiero, no puedo serte fiel.
+ Pues si no me quieres, ¿por qué cada día regresas a mi casa después de haberte acostado con otro y me dices que lo sientes?
- Porque.... no lo sé.
+ Pues ya está. Mírame a los ojos y dime que no me quieres.
- No puedo.
+ ¿Entonces? ¿A qué esperas? ¿A que me canse de ti? Estás consiguiendo acabar con mi paciencia y te lo aseguro. Dijimos de intentarlo, de repente te largas de casa y vuelves al mes siguiente llorando y diciendo que me extrañas, te he perdonado porque te quiero, pero ¿ahora qué? ¿vas a seguir haciéndome daño?
- Te quiero... - dije susurrando.
+ ¿Qué?
- ¡Qué te quiero! Ya está, ya lo dije, pero tengo miedo.
+ Mira, me voy a la reunión. Ésto ya lo vivimos una vez, me dices te quiero y desapareces. Piénsate las cosas Dafne, no voy a darte una tercera oportunidad.
- Pero... de verdad que te quiero...
Antes de que terminara de hablar ya se había ido pegándo un portazo. ¿Por qué soy tan gilipollas? Lo quiero pero no quiero mantener una relación. Idiota, idiota, idiota... y más que idiota.